La vida punga nos fue amarreteando sueños, y las mochilas empezaron a cansar. La paciencia, que no sabe mentir cartas, nos leyó las manos... y nos bajó el pulgar. De tanto jugar con fuego, nuestro incendio se apagó. Y esta lástima lastima y es una pena... si apenas empezábamos a empezar. 
Bye, bye.
